Sobre la evangelización, la pobreza, y la caridad de Cristo, (Septiembre 2019)

(San Óscar Romero, 1941, poco antes de su ordenación sacerdotal)

Meditaciones sobre la evangelización, la caridad de Cristo, y el Pobre que nos podría salvar

+Daniel E. Flores, STD

Obispo de Brownsville

(Conferencia Escobedo, Oblate School of Theology, San Antonio, Texas, 26 septiembre 2019)

Prólogo

No pretendo ofrecer un esquema completo de la evangelización, ni siquiera un argumento sobre un aspecto en particular. Ofrezco unos dibujos en palabras. Les invito a considerar con calma ya sea un punto, un texto citado, o una imagen provocada. Espero que vitrales fragmentados también admitan luz. Las meditaciones son siete, con epílogo al final guardando espacio para el día octavo.

1.  ¿Qué es la gracia?

2.  Gracia y Caridad

3.    La Respuesta del amor

4.    La Interrupción eucarística

5.    La Evangelización de los pobres y el ser evangelizados por ellos

6.    El Mundo que nos interroga

7.    El Fin de la historia

           Epílogo

1.  ¿Qué es la gracia?

En sentido sencillo pero profundo en la experiencia humana, la gracia es algo que se da sin tener que. Es algo no merecido, no comprado, no contratado: un regalo libremente dado. No busca pago, ni se preocupa por reclamar deudas. La gracia es tan espontánea como una sonrisa, o un abrazo entre amigos. Todos hemos vivido la grandeza del regalo que es completamente gratuito, de la donación que se ofrece sin pedir nada. En el curso natural de la vida, el darnos cuenta de que hemos recibido una gracia engendra dentro de nosotros un deseo espontáneo de querer responder de alguna manera: devolver la sonrisa, corresponder el abrazo, decir gracias. Por lo tanto, la gracia muestra su propia dinámica, tal como lo hace la amistad. La gracia engendra gracia.

Sin embargo, afrontados con la generosidad de otros, también hemos vivido la experiencia de preguntar subrepticiamente: ¿Qué quiere esta persona de mí, dándome tanta cosa? Aprendemos desde chiquillos que no todo lo que se presenta con cara de gracia es dado gratuitamente. Es el cinismo que entró con el pecado original que nos ha enseñado sospechar que lo que se presenta regalado, pronto nos puede convertir en seres endeudados. El diablo fue tan presumido que le ofreció a Jesús los reinos del mundo, pero la oferta ocultaba una deuda incurrida: mañana me debes. No obstante la experiencia amarga de un negocio disimulado con cara de gracia, la invitación de la gracia autentica conserva su propio esplendor, el cual nos llama a respirar de un aire más allá de ventas y pagos. Al reconocer que hemos recibido gratuitamente, la gracia nos ruega dar gratuitamente, como dice el Señor (Mt 10, 7-8).

Hablando de la gracia, como veremos a lo largo de estas reflexiones, el Papa Benedicto favorecía la palabra gratuidad, y el Papa Francisco habla incesantemente de la gracia como entrega. En sentido fuerte y teológico, pero no menos sencillo, la gracia es lo que nos salva a través de este dinamismo de generosidad engendrando la generosidad.

2.  Gracia y Caridad

Para seguir este hilo de la gracia, quisiera destacar un texto de Santo Tomás tomado de la tercera parte de la Suma Teológica. En la pregunta 46, artículo 3, el Santo pregunta sobre el porqué de la pasión de Nuestro Señor. ¿Por qué quiso el Señor aceptar la Cruz para salvarnos? La pregunta presta ocasión para resumir la enseñanza de las Escrituras sobre la obra de Cristo y la gracia que nos salva.

«Primero, por este medio conoce el hombre lo mucho que Dios le ama y con esto es provocado a amarle a Él, en lo cual consiste la perfección de la salvación humana. Por lo que dice el Apóstol en Rom 5,8-9: Dios prueba su amor para con nosotros en que, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.»

La pasión del Señor Jesús muestra el amor de Dios libremente ofrecido. Según Santo Tomás es la señal eficaz del regalo que es la Encarnación y vida del Hijo de Dios. A través de esta señal conocemos el amor de Dios Padre. Claro, la señal de la Cruz admite de una variedad de interpretaciones. No todos ven en ella el amor extremo de Dios dirigido hacia nosotros. Es una gracia poder ver la Cruz y poder entender lo que vemos.

La antropología católica presupone que en el encuentro con el Señor Jesús,  la gracia se insinúa como luz en la mente, dándonos a percibir la intención del autor, podríamos decir, al ofrecerse de esta manera. Las Escrituras testifican sobre esta intención captada por los primeros discípulos. La mente percibe por la gracia lo esencial de este gran despliegue de amor como manifestación del amor gratuito, la entrega completa, la caridad derramada. Como dice el dominico Olivier-Thomas Venard (The Poetic Christ: T&T Clark, 2019): En la cruz, el Verbo encarnado habla el lenguaje más significativo que existe cuando se trata del amor: no el lenguaje de las palabras, ni el de los actos, sino el lenguaje del cuerpo.  

La gracia se manifiesta como algo dado a conocer a través del lenguaje de la carne crucificada del Señor. La fe cree en este amor, y es una presencia en el alma. Contiene dentro de sí el dinamismo mismo de la gracia. Engendra dentro de nosotros un deseo espontáneo y completamente gratuito de querer corresponderle el amor, en lo cual consiste la perfección de la salvación humana. Este deseo es provocado a través de la caridad manifestada en la Cruz y es idéntico con recibir el amor del Espíritu Santo derramado en nuestros corazones.

Es significativo que en este contexto Santo Tomás invoca la autoridad de San Pablo, Romanos capítulo 5. Si uno consulta el comentario de Santo Tomás sobre ese capítulo, descubrirá que ahí es donde explica en gran detalle la relación entre la muerte de Cristo en la Cruz, la fe en esta manifestación de amor gratuito, y el movimiento del Espíritu Santo dentro de nosotros. La respuesta del alma a Cristo es respuesta de amor, fruto del amor derramado en nuestros corazones.

La gracia nos salva. Dios nos da su amor dándonos a su Hijo; la fe capta bajo la señal de la Cruz la realidad de este amor, y el Espíritu Santo llega al corazón para salvarnos. La gracia nos salva a través de una renovación interior la cual nos capacita para amar a Cristo así como él nos ha amado. Este amor, culmen de la gracia de Dios, participación en su propia vida, se llama la caridad.

Recordemos, pues, las palabras del Papa Francisco en Evangelii Gaudium, 37, donde el Santo Padre, citando a Santo Tomás nos dice: La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor (ST, 1-2, 108, 1).

3.    La Respuesta del amor

En la fuente visible de la Cruz, Cristo revela de manera accesible a nosotros, que el amor de Dios es una gracia de amor ofrecido, reconocido y correspondido: 1 Jn 4,16: Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. Laevangelización propone al ser humano la gracia de Cristo, invitándonos a reconocer en el Crucificado la manifestación de la caridad de Dios, y en su resurrección nuestra esperanza nacida de su caridad. Es preciso enfatizar, especialmente hoy en día, que la fe no alcanza su fin si no engendra dentro de nosotros la misma caridad derramada: respondemos al Señor con gracia y en la gracia. La caridad de Cristo no nos salva al ser reconocida, nos salva al ser correspondida; nos salva a través de nuestra caridad puesta en juego dentro de la historia. 1 Jn 3,16: En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos.

El dar la vida de San Juan da expresión concisa de lo que manda y pide el Señor sobre la forma de nuestra respuesta a él. A propósito, el Papa Benedicto nos dice en su encíclica social Caritas in Veritate 5:  Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad. Y en el Evangelii Gaudium 10 el Papa Francisco se expresa de esta manera: Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión.

En la nueva vida de la gracia, la dinámica misma del regalo gratuito de Cristo nos exige personalmente a formular dentro de nosotros mismos la pregunta más exigente en nuestras vidas como católicos: ¿Señor, dónde estás para poder responderte, para poder amarte como tú me has amado? El Señor mismo señala con precisión el dónde de su presencia, el dónde de nuestros anhelos más profundos como creyentes. Cuando hablaba de la Eucaristía, el Señor Jesús identificó su presencia real en su cuerpo entregado y en su sangra derramada en la cena de su propio sacrificio. Además, y sin menos claridad, se identificó personalmente con los pobres: En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron (Mt 25, 40).

Dentro de la pregunta que surge espontáneamente desde la dinámica de la gracia de Cristo, y dentro de los rasgos de la respuesta que el Señor nos ofrece, encontramos lo que podríamos llamar la gracia del encuentro ofrecido por Dios: con Dios mismo sacramentado entre nosotros, y con Dios presente en las personas con quienes compartimos el camino humano. Vuelvo a subrayar que esta apertura al encuentro no se presenta como opción entre opciones en la vida de un católico; es tan esencial como la fe por ser el camino de la respuesta ofrecida a Cristo. La fe misma, obrando a través de la caridad, busca a Cristo con hambre para responderle. Su caridad nos urge.

La fe Católica, expuesta en el concilio tridentino, y en contraste con las doctrinas luteranas, no confiesa la sola fides, doctrina que enseña que por la  pura fe nos salvamos. No creo que muchos católicos se presenten hoy en día para abogar a favor de la sola fides, pero sí pienso que en esta época de individualismos y estilos de vida cómodos, corremos el riesgo de vivir la fe con indiferencia, dejando a un lado la propuesta de la caridad. En la práctica, podemos vivir como si nos fuera sólo necesario creer y profesar la fe para ser salvados.

Tal manera de apropiarse de la fe reduce el horizonte de la salvación al espacio mezquino de mi propia vida; es decir, darle gracias a Dios por haberme dado a conocer su amor, pero preocuparme poco sobre la condición de quienes caminan conmigo por las sendas de la vida, o tomar a la ligera la importancia de participar en el sacrificio eucarístico. Es como si dijéramos yo tengo la fe, ojalá los demás la tuvieran. Podemos vivir la fe con una actitud condescendiente mezclada con un deseo vago y distraído de promover el bien para los demás. La grandeza de la caridad se puede reducir a sentimientos inoperables cuando de verdad es la acción de Dios dentro de nosotros capacitándonos a responder humanamente, generosamente, gratuitamente a la persona que aparece en nuestro camino de vida. La gracia engendra gracia o se muere en la tierra pedregosa de la auto-preocupación.

La realidad evangélica es otra. La gracia de la caridad recibida nos invita insistentemente a que busquemos a Cristo para amarle a él, en lo cual consiste la perfección de la salvación humana, como dice Santo Tomás. A esa búsqueda nos provoca el escándalo de la Cruz.La obra de Cristo revela el corazón abierto de Dios donde cierne el Espíritu de comunión gratuita y entrega vivificante. Solamente la gracia nos sumerge en las aguas trasformadoras que nos mueven a salir de nosotros mismos, a buscar, encontrar y saborear este amor que huele a Cristo.

Esta provocación de la Cruz nos conviene precisamente porque sin ella no podemos agarrar el sabor del Reino. Como bien dijo el beato Cardenal Newman, quien pronto se canoniza: el hombre vive en este mundo para aprender, a través de la gracia, a gustar de las cosas de Dios, y saborear lo que Dios saborea (Parochial and Plain Sermons, Sermon I: Ignatius, 1987). Si no aprendemos a disfrutar el gusto de la caridad de Cristo mientras Dios nos presta vida, es difícil imaginar cómo podríamos disfrutar la caridad eterna de Dios. La caridad nos salva a través de cambiar lo que amamos.

Si no aprendemos a salir de nosotros mismos para amar a Cristo en la comunión de su Cuerpo-Iglesia alrededor del altar de su Cuerpo-Sacramentado, tampoco podríamos disfrutar la eterna comunión de los santos. De la misma manera, si no podemos saborear la entrega de Cristo en su misión a favor de los rechazados de este mundo, tampoco tendríamos esperanzas de realmente disfrutar de su compañía celestial. En tales casos, la eterna comunión de los Santos alrededor del Cordero degollado se convertiría en un infierno para nosotros. La gracia nos orienta a amar lo que Cristo ama, y a través de esta transformación nos hace aptos para la gloria. Este punto también es elemento básico de la fe católica.

4.    La Interrupción eucarística

Aquí sería bueno detenernos un momento para reconocer la grandeza de la Eucaristía en la vida de un católico deseando vivir la plenitud de la gracia. En el culto divino recibimos la caridad de Cristo derramada desde el altar. La Misa comunica el misterio del amor entregado de Cristo en una narración intensa, utilizando señales materiales y palabras canonizadas para hacer presente el despliegue de la obra trinitaria a nuestro favor. Es el Padre quien nos envía a su Hijo por obra del Espíritu Santo. La Misa es una recapitulación completa y re-presentación actual de esa obra salvífica. El amor de Dios no nos es comunicado como algo en el pasado, es trasmitido hoy a través del lenguaje del cuerpo del cual nos hablaba el texto de Venard: Cuerpo y Sangre presente en el hecho de ofrecerse. Así como la fe capta la caridad de Dios bajo la señal de la Cruz, esta fe capta la misma obra de Cristo interrumpiendo el tiempo para hacerse presente en la hostia elevada y en el cáliz presentado a nuestro ver. Las pocas palabras sagradas pronunciadas antes de las elevaciones efectúan lo que en silencio se manifiesta.

Al presentarnos a ser recipientes de su entrega gratuita, el Señor nos ofrece comulgar en su caridad. Manifestarse como caridad es una cosa, pero ofrecerse para ser tomado– cuerpo vivo entrándonos para dar vida a los que más la necesitan– es la señal/presencia insuperable de la dinámica de la gracia de Dios: vida dada, por caridad, a que vida tengamos dentro de su misma caridad. Esto nos capacita para ser su pueblo entregado. La Eucaristía es el sacramento de la Caridad así como el Nuevo Testamento mismo es la revelación de la caridad derramada. Así lo enseña Santo Tomás, y así lo explica el Papa Benedicto en la carta Sacramentum Caritatis.

Pero sería una distorsión si no entendemos que la acción del altar nos urge a la caridad con la misma fuerza y vigor del hecho histórico de la Pasión y Resurrección del Señor. Nos pide una respuesta al Señor actualizada en nuestras vidas, y desatada en el mundo de hoy. Esta dinámica es la misma que explicaba Santo Tomás sobre el porqué de la Pasión. El Señor se presenta de esta forma sacramental precisamente para provocar y renovar dentro de nosotros la respuesta de amor. Esta gracia nos salva si dejamos que nos lleve a su fin intencional en la caridad de Cristo operando de por dentro de nosotros.

La caridad de Cristo nos hace sujetos, (agentes) de la caridad, y desde esta caridad, surge la apremiante preocupación de la Iglesia y de cada cristiano de anunciar el Evangelio y de servir a los pobres. Podríamos decir que si el misterio eucarístico no nos mueve a salir y buscar al Cristo a quien le podemos ofrecer una respuesta de amor, poco nos ha tocado lo que hemos visto en el Cristo elevado, y con poco provecho hemos comulgado. La gracia nos salva si dejamos que nos mueva.

5.    La Evangelización de los pobres y el ser evangelizados por ellos

Las renovaciones eclesiales iniciadas por la gracia del Espíritu Santo siempre han surgido a través de un impulso evangelizador, de querer anunciar de varias maneras el evangelio con más clara referencia al Señor Jesús, reconociendo que su estilo de vida y su misión coinciden completamente. Sin duda los movimientos de reforma de espíritu evangélico en la historia de la Iglesia confirman la importancia decisiva de la pobreza de Cristo como punto de referencia. Los franciscanos y los dominicos son ejemplos destacados, aunque no son los únicos.

Les recomiendo la novela La confesión: El diario de Esteban Martorus, (Jus, 2008; Debolsillo, 2016) escrito por el novelista mexicano Javier Sicilia. Es una novela provocadora escrita con profunda sensibilidad católica. Presenta la pobreza de Cristo como luz imprescindible para la Iglesia de hoy. El sacerdote Esteban Martorus, el protagonista de la novela, es un pobre cura, muy limitado en sus capacidades; sin embargo, es un cura entregado. En la primera sección que citaré, el cura es recibido por su cardenal arzobispo. El cardenal ha decidido mandar al sacerdote a un poblado en los montes, un poblado pobre y periferiado. Dentro de un diálogo entre pobreza y poder, el sacerdote le dice lo siguiente al cardenal:

¿Sabe qué me maravilla de la encarnación? —continue—, que es todo lo contrario del mundo moderno: la presencia del infinito en los límites de la carne, y la lucha, la lucha sin cuartel, contra las tentaciones de las desmesuras del diablo. No sabe cuánto he meditado en las tentaciones del desierto. ”‘ Asume el poder’, le decía el diablo; ese poder que da la ilusión de trastocar y dominar todo. Pero él se mantuvo en los límites de su propia carne, en su propia pobreza, en su propia muerte, tan pobre, tan miserable, tan dura. Nuestra época, sin embargo, bajo el rostro de una enorme bondad, ha sucumbido a esas tentaciones. ‘Séran como dioses, cambiarán las piedras en panes, dominarán el mundo’… A ella le hemos entregado a Cristo y no nos damos cuenta.

Lo actual del análisis de Javier Sicilia es la clara identificación de la pobreza con limitación y con falta de poder. Es todo lo contrario del corriente de la cultura de la desmesura que busca cómo superar la limitación inherente de la condición humana; busca establecer una condición ilimitada que pueda definir y constituir su propia realidad. Hemos sometido el tener a los fines del poder, y el poder busca fines de autosuficiencia. La búsqueda incesable de la libertad poderosa es en gran parte búsqueda de independencia total. El no tener que depender de nadie, y el no tener que sufrir que otros dependan de nosotros ha llegado a ser el ideal del progreso socioeconómico. La pobreza perturba la consciencia del mundo que hoy disfruta su poder económico y político. Sin embargo, si somos  honestos, la pobreza de recursos materiales nos horroriza precisamente porque las limitaciones del no-tener son limitaciones de poder y nos recuerdan de la interdependencia de la humanidad, la necesidad de la relación sin la cual no podemos sobrevivir.

En contraste Sicilia identifica la pobreza de Cristo con la condición que abraza el estado limitado y sin poder, incapaz, a fin de cuentas, de superar la dependencia interrelacionada del ser humano. Es una pobreza que no considera las limitaciones de la propia carne como una maldición. Al contrario, Dios Padre decide salvar al mundo a través de la pobreza de su Hijo encarnado quien renuncia el camino del poder manipulador: todo lo contrario del mundo moderno. Y el culmen de esta pobreza (la luz oscura)  es su muerte tan pobre, tan miserable, tan dura. Cristo le pidió agua a la Samaritana y la pidió desde la Cruz. Cristo en su pobreza, (lo que San Pablo dice nos hace ricos), da de sí mismo precisamente al ofrecerse como necesitado, y desde su limitación, nos da la vida. Este hombre, vulnerado y vulnerable, que es Dios, apela a nuestra consciencia, buscando cómo provocarnos a una respuesta de caridad. El misterio de no ser seres autosuficientes, el poder responder a esta condición en el prójimo nos abre a la salvación a través de exponernos a la posibilidad de recibir y dar gratuitamente.

Si el Padre Martorus le da lección al cardenal sobre la dignidad del Cristo pobre y la de los suyos, más tarde en la novela el sacerdote recibe una lección de una amiga de confianza, una anciana religiosa viviendo en la pobreza de la aldea periférica. Le dice lo siguiente:

Si la miseria existe y las estadísticas no mienten es porque el sueño de los ricos ha contaminado los sueños de los pobres. En el fondo ya no existe la pobreza, querido padre. Lo único que existe es la riqueza y la miseria,.. ¿Sabe por qué? Sé bien que lo sabe,… Porque se les ha hecho creer que su pobreza es una enfermedad vergonzosa, una llaga indigna del mundo. Nunca la humanidad, y aquí, discúlpeme, padre, incluyo también a nuestra Santa Madre, había escupido tanto sobre el rostro de Cristo, como si su pobreza se tratara de una porquería, de esa inmunda porquería que colgaron de la cruz y de la cual, como lo hicieron sus detractores, nos burlamos.

El sueño de los ricos ha contaminado los sueños de los pobres, dice ella, indicando así que la pobreza y la miseria son condiciones distintas. El sueño de los ricos equivale soñar de poder manipular todo, poder tenerlo todo, poder dominarlo todo. Se convierte en miseria precisamente cuando la limitación misma se revela resistente al sueño de control y dominio.

La pobreza de recursos no es una enfermedad, una plaga que nos debe causar huir de los pobres. El mundo culpa a los pobres por su pobreza como si no tuviéramos nosotros ninguna responsabilidad. Mientras tanto, una cultura mundial se dedica a sostener el sueño de los ricos, es decir, una cultura desmesurada en su consumo de los bienes del mundo. Existen remedios para mejorar la condición de los pobres, pero empieza con ver el pobre como ser humano, y no ver su sufrimiento como daño colateral que el mundo desmesurado lamenta mientras prosigue con sus sueños.

Resulta, pues, que la frialdad e indiferencia del ser humano enfrentado con la necesidad del pobre es la condición más pobre posible para nosotros como seres humanos; eclipsa la apertura del amor que quiere ver al prójimo, y responderle con gracia, humanamente, gratuitamente. Quizás este aspecto nos ayude a entender lo que dice el Papa Francisco cuando nos propone en EG 198 que Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos [los pobres]. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. La fuerza salvífica de sus vidas es la fuerza que nos llama a nosotros a responder al sufrimiento con corazón de carne y no de piedra. Sin esta apertura la fe no nos puede salvar.

Los pobres saben una cosa con certeza: sin la ayuda de otros no pueden sobrevivir. Platicando con inmigrantes que han sobrevivido un camino sumamente peligroso, saliendo de Honduras, por ejemplo, y cruzando todo México para llegar a McAllen, Texas, uno oye constantemente como la ayuda de personas o la falta de ayuda ha determinado el curso de sus caminos. En este sentido el inmigrante, representante de una realidad humana de sufrimiento y rechazo que muchos en el mundo no quieren reconocer, es, en su persona, digna y necesitada. El pobre nos ofrece una gracia, una oportunidad, quizás la última, de responder con gracia y superar la indiferencia que nos está matando.

6.    El Mundo que nos interroga

El texto clave sobre la evangelización en la época moderna es la carta apostólica de San Pablo VI, Evangelii Nuntiandi. Quisiera dirigirme a un texto en particular donde habla de una nueva evangelización. En el número 3 de la carta dice lo siguiente:

Las condiciones de la sociedad —decíamos al Sacro Colegio Cardenalicio del 22 de junio de 1973— nos obligan, por tanto, a revisar métodos, a buscar por todos los medios el modo de llevar al hombre moderno el mensaje cristiano, en el cual únicamente podrá hallar la respuesta a sus interrogantes y la fuerza para su empeño de solidaridad humana.

No quiero enfocarme en la cuestión de métodos y medios, sino en la manera sencilla y concisa con que el Santo Padre describe el mensaje cristiano. Se refiere al kerigma y la formación catequética: el mensaje cristiano, en el cual únicamente podrá hallar la respuesta a sus interrogantes y la fuerza para su empeño de solidaridad humana». Hablando de interrogantes y solidaridad el Papa desarrolla el hilo del documento Gaudium et Spes del Vaticano II. Por ejemplo sus palabras resuenan el lenguaje de Gaudium et Spes 3:

En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad. […] Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien será el objeto central de las explicaciones que van a seguir.

El hombre moderno se cuestiona mucho. Ahora pues, existen interrogantes del intelecto e interrogantes del corazón. Lo de la mente afecta al corazón y lo del corazón afecta a la mente. Por lo tanto, es preciso evitar una interpretación restringida que ve el Evangelio solamente como respuesta a preguntas estrictamente intelectuales. Incluso la pregunta sobre la existencia de Dios no es simplemente una pregunta intelectual; mucho menos las preguntas sobre la salvación. El interrogante sobre Dios y la salvación surge desde por dentro del momento histórico. Y aunque uno admite que el hombre tiene una capacidad enorme de olvidar lo que antes se vivió en otras épocas, y por tal razón piensa que sus dudas son originales, aun así los interrogantes de hoy tocan circunstancias nuevas y requieren respuestas adecuadas.

Existen muchos estudios sobre los movimientos históricos, los fenómenos culturales y las raíces intelectuales que han confluido para crear el aire histórico, cultural e intelectual que respiramos hoy en día. Entre esos estudios aprecio mucho la descripción de nuestra época ofrecida por George Steiner (Real Presences: University of Chicago, 1991), cuando dice que hemos entrado al tiempo del epílogo: En todo momento, mi pregunta es: ¿cuál es el estado y el significado del significado, de la forma comunicativa, en el tiempo de la «palabra posterior»?  Defino este tiempo como la del epílogo (de nuevo, el término contiene Logos).

La época del epílogo acepta la crítica deconstructiva (aun sin examinarla críticamente a fondo), y desespera de la posibilidad de conocer a la verdad. Es la época que desconfía en la verdad de las palabras; es el tiempo del Verbo expulsado de la ciudad. Este tiempo coincide con el tiempo de las palabras multiplicadas sin sentido, y de la palabra manipulada. El cinismo agresivo de hoy ve toda expresión elaborada como juego de poder y control. El diagnóstico de Steiner y otros no queda lejos del sentir que expresa Javier Sicilia en los textos que he citado, donde el fantasma del poder eclipsa cualquier otra aspiración humana.

Vale la pena advertir a la respuesta actual del magisterio en los años más recientes. Creo que hemos visto desarrollarse una hermenéutica sobre el  hombre viviendo en el tiempo del epílogo, de la palabra posterior, o sea, del significado despedazado.

El Papa Benedicto publicó dos encíclicas sobre las virtudes teológicas con la intención de publicar la tercera. Empezó con la caridad (Deus Caritas Est), y siguió con Spe Salvi sobre la esperanza. Ya estaba en preparación la tercera, sobre la fe cuando tomó la humilde decisión de renunciar el papado. El Papa Francisco, también con humildad, reviso y publicó esta tercera, Lumen Fidei, por su propia autoridad. El gran esquema de estas encíclicas afirma que el ser humano hoy en día tiene dificultades captando la fe como respuesta a sus interrogantes si no enfrenta primero su identidad como ser humano en relación con otros seres humanos y si no enfrenta la raíz de su deseo espontáneo de entregarse para crear y recibir un futuro que valga la pena.

El orden de presentación de las encíclicas muestra una continuidad profunda con lo que San Pablo VI enseña en la Evangelii Nuntiandi sobre los interrogantes humanos a los cuales el Evangelio se dirige. El magisterio papal bien ha diagnosticado que dudas y confusiones sobre el porqué del amor y el porqué de la esperanza nos afligen profundamente hoy en día. Sin enfrentar estas, no podemos realmente entender lo que nos ofrece el don y la fe. La sostenida reflexión sobre caridad y esperanza antes de considerar la fe sugiere algo significativo sobre el camino de hoy hacia el Cristo. La caridad y la esperanza son expresiones de gracia que dan credibilidad a la fe, y por extensión al significado del significado, para usar la frase de Steiner.

Santo Tomás claramente enseña que la esperanza y la caridad son frutos del encuentro dinámico con Cristo Crucificado y Resucitado, y que el  movimiento coherente de la gracia dentro del ser humano empieza con la fe en el amor de Dios manifestado en Cristo. El orden mismo de las tres encíclicas nos dice que hoy en día necesitamos atender a la credibilidad de esta dinámica de la gracia. Las circunstancias de hoy implican que algunas culturas con larga presencia cristiana en su seno han perdido el sentido de la unidad de esta dinámica. En vez de ser visto como un desarrollo coherente dentro del creyente, la fe, la esperanza y la caridad son percibidas y apropiadas por individuos en fragmentos y trozos. Igual, poco se aprecia el impacto de la gracia de las virtudes teológicas dentro de la sociedad misma.

Podríamos decir que el camino hacia la verdad de la fe hoy en día inicia con dirigirnos a la credibilidad y la necesidad de la caridad y la esperanza en la vida humana. Como seres humanos, el amor y la esperanza nos preocupan más en la vida concreta que la verdad. Obviamente la verdad debe de preocuparnos más, pero la indiferencia de hoy delante de la cuestión de la verdad domina el espacio cultural en gran parte del mundo actual. No estamos en condiciones para llegar a una preocupación sana sobre la verdad sin, al mismo tiempo, decir y manifestar algo sobre amor y esperanza, caridad y camino.

La crisis humana de hoy no es solamente crisis sobre la credibilidad de la fe; la crisis humana hoy en día es peor que eso: el ser humano ya no cree en el amor. Esto es muy grave. La evangelización, entonces, requiere un enfoque sostenido sobre la credibilidad del amor. En particular requiere un enfoque sobre el amor como algo más que un juego de poder y control, disfrazado detrás de palabras elegantes. El don de sí, la entrega gratuita a favor de los que no nos pueden recompensar, como nos dice el Señor (Lc 14, 14), es el camino hacia el futuro de la fe.

Obviamente, un esfuerzo de evangelizar en este ambiente social necesita recuperar la fuerza salvífica de los pobres. Concluyo esta sección citando de nuevo el Papa Francisco. EG 195: El criterio clave de autenticidad que le indicaron [a San Pablo] fue que no se olvidara de los pobres (cfr. Ga 2,10). Este gran criterio, para que las comunidades paulinas no se dejaran devorar por el estilo de vida individualista de los paganos, tiene una gran actualidad en el contexto presente, donde tiende a desarrollarse un nuevo paganismo individualista. La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha.

7.    El Fin de la historia

Gaudium et Spes 39:

Por eso, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Dios, con todo, el primero, por lo que puede contribuir a una mejor ordenación de la humana sociedad, interesa mucho al bien del reino de Dios. Los bienes que proceden de la dignidad humana, de la comunión fraterna y de la libertad, bienes que son un producto de nuestra naturaleza y de nuestro trabajo, una vez que, en el Espíritu del Señor y según su mandato, los hayamos propagado en la tierra, los volveremos a encontrar limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva a su Padre «un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz». En la tierra este reino está ya presente de una manera misteriosa, pero se completará con la llegada del Señor.

El reino de que se habla presente en una manera misteriosa es el reino de la gracia, de la caridad de Cristo forjando lazos de comunión y entrega dentro de la historia. Las parábolas del Señor hablando del fin de los tiempos, igual que la visión apocalíptica de San Juan, nos comprometen a esta visión de comunión. Visiones de los Santos alrededor del Cordero, imágenes del eterno banquete, de las bodas del Hijo, y de la mujer vestida con el sol, anuncian una transformación del mundo desde por dentro.

Esta visión escatológica queda en la periferia de la conversación actual sobre la evangelización. El horizonte humano reducido al individuo que se cree autosuficiente para construir su futuro, no puede más que reducir los pocos pensamientos que presta a la eternidad a una mezquindad. Aun si el ser humano viviendo durante el epílogo piensa en la eternidad, imagina  un estado perpetuo donde pueda cumplir sus deseos y caprichos. Una eternidad concebida de esa forma se convierte en el perpetuo aburrimiento adumbrado por Sarte y semejantes existencialistas ansiosos del siglo XX.

En este sentido nos urge recuperar el sentido de la evangelización como misión del Espíritu y de la Iglesia íntimamente unida con el fin de los tiempos. Uso la frase fin de los tiempos en dos sentidos: los tiempos que llegarán a un fin, un término, y el fin en sentido de meta o propósito intencional. Dios mueve a la historia a su fin, ese fin de caridad y comunión anunciado en el Evangelio mismo.

La evangelización prepara este fin precisamente a través de desatar la fuerza del evangelio dentro de la historia. La obra caritativa de un pueblo evangelizado es la señal eficaz en el tiempo que ya participa y así anuncia lo que Dios ha planeado para la creación transformada.

La enseñanza de la Iglesia después del Concilio ha movido a expresarse más claramente sobre la evangelización como esfuerzo y evento en la historia, y sobre su relación con la visión escatológica de las sagradas escrituras. Específicamente esta aclaración se manifiesta en el desarrollo reciente de la doctrina social de la Iglesia. Podría citar varios ejemplos en el magisterio de Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI, y del Papa Francisco. Cada uno habla de una relación entre evangelización, doctrina social y la visión escatológica en términos más allá de lo que dice Gaudium et Spes. Como invitación a que busquen ustedes mismos enseñanzas de este tipo, solo citaré unos pocos.

Uno de los aspectos de este avance en la doctrina social de la Iglesia se manifiesta en la manera en que el Papa Benedicto habla de la vía política de la caridad. Aquí la misión evangélica de la Iglesia, la misión del servicio caritativo en el mundo, y el fin del mundo se vinculan estrictamente:

Papa Benedicto CIV 7: Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno. La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana.

El Papa Benedicto en CIV 19, comentando sobre la contribución del Populorum Progressio de Pablo VI, dice lo siguiente:

El subdesarrollo tiene una causa más importante aún que la falta de pensamiento: es “la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”. Esta fraternidad, ¿podrán lograrla alguna vez los hombres por sí solos? La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad. Ésta nace de una vocación transcendente de Dios Padre, el primero que nos ha amado, y que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna.

Estos textos, y muchos otros en la Caritas in Veritate, avanzan la enseñanza de Pablo VI sobre la fuerza necesaria para el empeño de solidaridad humana. El tema de la necesidad de la gracia para el mundo se relaciona precisamente aquí. Sí existen aspiraciones e impulsos en la vida del ser humano y de la sociedad que nos animan a la solidaridad y a la esperanza. Estos esfuerzos humanos inculcando relaciones y ambientes de común asociación y fraternidad más allá de lazos familiares siempre han existido en las culturas e historias del mundo. Sin embargo, la enseñanza de Benedicto XVI nota que la aspiración humana buscando como establecer la fraternidad es débil y frágil sin la caridad manifestada en la aplicación concreta de la gratuidad, la misericordia y el espíritu de comunión. Además, continúa el Papa, sin lazos de fraternidad basada en la caridad, ni la justicia se puede lograr.

El número 38 de la Caritas in Veritate, de hecho, resuena con una fuerza extraordinaria cuando dice lo siguiente: La solidaridad es en primer lugar que todos se sientan responsables de todos; por tanto no se la puede dejar solamente en manos del Estado. Mientras antes se podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad venía después como un complemento, hoy es necesario decir que sin la gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia.

Aun en un contexto social donde la Iglesia es percibida como minoría, la obra caritativa de la comunidad no deja de ser enormemente importante para la misión evangelizadora. La caridad tiene olor de Cristo, y puede ir infiltrando poco a poco las dinámicas sociales del mundo entero. Comunidades y personas aún no creyentes no pueden faltar de ser influidos por esta gracia. Claro, en momentos y espacios particulares esta obra inspira rechazo y hasta persecución; pero aun así vemos que puede inspirar cooperación y grandes esfuerzos en común a favor de los pobres y sufridos Esta realidad forma parte esencial de la misión, ya que en un modo latente y misterioso tiende al triunfo final del Cordero degollado y de su caridad.

Y aquí, el  Papa Francisco, en EG 279: Quizá el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos. El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos. Solo sabemos que nuestra entrega es necesaria. Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca.

En fin, mientras luchamos para compartir la gracia y caridad del Evangelio, y mientras promovemos la justicia sostenida por la caridad, lo que debemos de mantener es la visión eclesial del fin, de un mundo trasformado por la caridad, la entrega gratuita. Esta es la misma gracia derramada sobre los creyentes a través de la Pasión de Cristo y el Espíritu Santo infundido en nuestros corazones: que haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca.

          Epílogo

Agradezco haber podido compartir algunos pensamientos con ustedes; ha sido para mí una gracia.

Antes de terminar, quisiera dar la última palabra al Santo Arzobispo, Óscar Romero. El mártir es la señal escatológica primaria. El Arzobispo dio su vida para Cristo. Su vida, su predicación y su martirio son como una respuesta de amor a Cristo, y al mismo tiempo una respuesta dada con amor a las inquietudes y tragedias que se viven hoy en día. Su vida y enseñanza dan testimonio a la íntima relación entre la vida y entrega del Señor, la santa Misa, los pobres, la doctrina social de la Iglesia, y la visión escatológica del Evangelio mismo. Le rezo al Santo con frecuencia, pidiendo que me ayude a mí, a los demás obispos del país, y a los del mundo entero dar un testimonio fiel.

Citaré dos textos tomados de sus sermones litúrgicos (Homilías y discursos, 1977-1980: Vaticanoterzo, 2015). El primero es tomado de su sermón en la misa exequial del Padre Rutilio Grande, SJ, celebrada en la Catedral de San Salvador (14 March 1977). El Padre Rutilio fue asesinado poco después de la llegada del Monseñor Romero al arzobispado.

La  doctrina social de la Iglesia ]que] les dice a los hombres que la religión cristiana no es un sentido solamente horizontal, espiritualista, olvidándose de la miseria que lo rodea. Es un mirar a Dios, y desde Dios mirar al prójimo como hermano y sentir que “todo lo que hiciereis a uno de éstos a mí lo hicisteis“. Una doctrina social que ojalá la conocieran los movimientos sensibilizados en cuestión social. No se expondrían a fracasos, o miopismo, a una miopía que no hace ver más que las cosas temporales, estructuras del tiempo. Y mientras no se viva una conversión en el corazón, una doctrina que se ilumina por la fe para organizar la vida según el corazón de Dios, todo será endeble, revolucionario, pasajero, violento.

Y luego, un mes después, en el II Domingo de Pascua 1977, del sermón predicado en la parroquia de la Resurrección, colonia de Miramonte:

Peregrinar (con el Señor) para que esta fiesta pascual que cada año se celebra en la parroquia sea una invitación a trabajar por hacer este mundo más humano, más cristiano; pero saber que no está el paraíso aquí en la tierra, no dejarnos seducir por los redentores que ofrecen paraísos en la tierra-no existen-sino el más allá con una esperanza muy firme en el corazón: trabajar el presente, sabiendo que el premio de aquella Pascua será en la medida en que aquí hayamos hecho más feliz también la tierra, la familia, lo terrenal.

Gracias,

+df

Publicado por dflores

Obispo Católico de Brownsville TX

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